Las Sagradas Escrituras constituyen nuestra suficiente regla de Fe y conducta. En ellas se encuentran los fundamentos de nuestra creencia en Dios. No suponemos decir que estas verdades fundamentales representan la última palabra final en verdades Bíblicas. Tendremos probablemente ocasión para refinar, para revisar, y para agrandar partes de ella mientras sigamos nuestro camino con Dios. Sin embargo, estamos persuadidos es constante con la verdad y con el propósito de “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas” (Luc.1:1). Por lo tanto, las declaraciones de
verdades fundamentales que siguen, extraídas del Libro Sagrado, la Biblia; es tenida por
base de nuestra fe y comunión cristiana.
Las Sagradas Escrituras
La Biblia contiene 66 libros. Son inspirados por Dios, sin error en sus escritos originales y que son la autoridad suprema y final de fe y conducta. Entendemos por inspiración la influencia que Dios – Espíritu Santo ejerció sobre cada escrito de las Sagradas Escrituras sin impedir la participación del intelecto humano en la comunicación de la verdad sagrada.
El Dios único y verdadero
Se ha revelado como el Todopoderoso Creador del Universo, quien al
manifestarse como “Yo Soy”, es en sí mismo el Eterno. En su revelación,
al ser una Unidad de personas, se presenta como uno, aunque existe eternamente
en tres personas, a saber: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, una Trinidad.
La adorable deidad de Jesucristo
Por lo tanto, creemos que el Jesucristo vino al mundo para revelar al padre y era el destello de su gloria y de la expresa imagen de su persona, Jesucristo es el creador de todas las cosas, porque por él los mundos fueron hechos. El señor Jesucristo es el hijo eterno de Dios. Las escrituras declaran: Su nacimiento virginal (Isa. 9:6, 7; Mat. 1:23; Lucas 1:30- 35), su vida libre de pecado (Heb. 7:26, 1 Pedro 2:22), sus milagros (Hch. 2:22, 10:38), su obra vicaria sobre la cruz (1 Cor. 15:3; 2 Cor. 5:21), su resurrección corporal de los muertos (Mat. 28:6; Lucas 24:39;
1 Cor. 15: 4), y su exaltación a la mano derecha de Dios (Hch. 1:9, 11; 2:33; Fil. 2:9-11;
Heb. 1: 3).
El Señorío de nuestro Señor Jesucristo
Por consiguiente, reconocemos el señorío de Jesucristo sobre todas las cosas en cielo, y en la tierra y debajo de la tierra (Mat. 28:18; Hch.2:36; Rom. 10: 1-13; 1 Cor. 12:3; Fil. 2:9-10).
La caída del hombre y sus consecuencias
El hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, era por tanto un ser con sentido moral, intelectual y espiritual. Se distinguía del resto de las criaturas por poseer espiritualidad, plenas facultades cognoscitivas e inmortalidad (Gen. 1:25; 3:23-24). El hombre peco, y por su trasgresión a la ley divina, fue destituido de la comunión y armonía con su Creador. Perdió la mayordomía sobre la naturaleza creada y experimento la muerte física (Gen. 1:26-27, 2:17, 3:6, Sal. 51:5; Jn. 8:32-36; Rom. 5:21, 6:23).
El Nuevo Nacimiento
Creemos las palabras que Jesús hablo, “debes nacer otra vez”, que siendo nacido otra vez significa la participación o identificación en la muerte, el entierro, y resurrección de Cristo (Juan 3:3-7, 1 Cor. 15:1-4), que “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8-9). Además, creemos que el énfasis puesto en un continuo caminar en la gracia debe de ser de un corazón de justicia y pureza. Sostenemos que todos los creyentes deben vivir una vida pura, siendo un ejemplo a ambos al creyente y al incrédulo (Rom. 4:1-5; 2 Cor. 7:1; Col. 4:5; 1 Tes. 4:12).
(a) La única esperanza de redención es a través de la sangre derramada de Jesucristo.
En la cruz, Jesús, se hizo pecado y llevo nuestras enfermedades proveyendo así dos cosas; salvación y sanidad para toda la humanidad (Salmos 103:3), siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe. Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (Ro. 3:24; Ef. 2:8; Ro. 10:8-10).
(b) La evidencia de la salvación
La evidencia interna para el creyente de su salvación, es el testimonio directo del espíritu (Ro. 8:16). La evidencia externa a todos los hombres es una vida de justicia y verdadera santidad. “Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (1 Jn. 3:23); … Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.
(c) Fe y obras
Salvación es por fe en Jesucristo y no por obras humanas; sin embargo, nuestras obras, determinaran las recompensas en la eternidad (Ro. 10:9-13 y II Cor. 5:10).
La obra del arrepentimiento y de la fe en Dios.
Creemos que el arrepentimiento hacia Dios y la fe hacia nuestro señor Jesucristo produce la obra de la justificación en el creyente. Por fe en la sangre vertida de Cristo, el creyente es puesto sobre el fundamento del nuevo convenio y hecho participe de la muerte de Cristo.
La Iglesia es el cuerpo de Cristo
La Iglesia es la institución del Nuevo Testamento, fundada por Cristo mediante su sacrificio vicario en la cruz del Calvario. La misma está compuesta por aquellos que se constituyen en hijos de Dios al recibir a Cristo como su Salvador. Como institución divina, su permanencia está garantizada, a pesar de los ataques del enemigo. La Iglesia está compuesta por los santos que están en la tierra (la parte visible), y todos aquellos muertos en Cristo desde el Calvario hasta el rapto de los salvados. La Iglesia es en su expresión humana más amplia es una composición
étnica de extensión universal. La iglesia es el cuerpo de Cristo, la morada de Dios por el espíritu santo, con el encargo divino para el cumplimiento de su gran comisión. Cada creyente, nacido del espíritu, es parte integrante de la asamblea general y de la iglesia de los primogénitos, escritos en el cielo (Ef. 1:22; 2:19-22; He. 12:23).
La misión de la Iglesia
Ser una agencia para evangelizar el mundo (Mat. 28:19 – 20; Mr. 16:15-16; Hch. 1: 8). Ser un cuerpo organizado donde el hombre pueda adorar a Dios (1 Cor. 12:13). Ser un canal para el propósito de Dios para edificar y levantar el cuerpo de creyentes que está siendo perfeccionado en la imagen de su hijo (1 Cor. 12:28, 14:12; Efe. 4:11 – 16).
Las ordenanzas de la Iglesia
Bautismo en Agua – Para participar de esta ordenanza el creyente debe tener la capacidad mental,
emocional y espiritual, y ser instruido en los principios fundamentales de las Sagradas Escrituras y las doctrinas de la Iglesia. Esta ordenanza del bautismo en agua por inmersión en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, como sepultado juntamente con Cristo, deberá observarse como se ordena en las Sagradas Escrituras. Por ende, debe ser observado por todos aquellos que realmente se han arrepentido de su pecado y en sus corazones han creído realmente en Cristo como su salvador y señor. Haciendo esto, declaramos al mundo que hemos muerto con Cristo y que también hemos resucitado juntamente con él para caminar en una vida nueva
(Mt. 28:19; Hch. 10:47, 48; Ro 6:4).
La santa cena o comunión – Es un conmemorativo de la muerte de Cristo y su sacrificio y su carácter propiciatorio como una ofrenda al Padre por nosotros. También, simboliza nuestra
dependencia y comunión vital con el Señor.
El sacramento del matrimonio
“Booz, pues, tomó a Rut, y ella fue su mujer…” “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer…” “…cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido…” Es nuestra sincera creencia que el matrimonio, como fue ordenado por Dios, se define como entre un hombre y una mujer. Ningún otro tipo de unión se llevará a cabo o será tolerado (Jeremías 29:6; Ro. 7:2; and 1 Co. 7:2; Gen. 21:21; Gen. 29:21; 1 Cor. 7:36, 39;
Gen. 2:23-24; Ef. 5:22-23, 25, 28-29, 31, 33).
El bautismo en el Espíritu Santo
Todos los creyentes tienen derecho a la promesa del Padre que es el bautismo en Espíritu Santo, según el mandamiento de nuestro Señor Jesucristo. Todos deben buscarlo ansiosamente y ardientemente esperarlo. Esta fue la experiencia normal de todos los creyentes en la
Iglesia Cristiana primitiva. Con ella viene la investidura de poder para vivir y servir (Lucas
11:13; 24: 49; Marcos 1:8; Hechos 1:5; Hch. 1:4- 8; 2:38-39). También, los dones del
Espíritu Santo y sus operaciones en la obra del ministerio (1 Co. 12: 1-11; Ro. 12: 6-8;
I Pedro 4: 10-11). Esta unción maravillosa es distinta y subsiguiente a la experiencia del nuevo nacimiento (regeneración).
Las señales físicas del bautismo en el Espíritu Santo
El bautismo del Espíritu Santo es para todos los creyentes (1 Cor. 12:13). Como evidencia le es dado al creyente la señal física de hablar en otras lenguas (Hch. 2:4; 10:44-46; 19:6; 14:2; 14:22). El hablar en lenguas en este instante es el mismo en esencia que el don de lenguas que aparece en los versos ya mencionados y en 1 Corintios 14:2, 4, 22. Cuando se manifiesta el don
de lengua se espera que haya interpretación (1Co. 14:13, 27-28). Con ella viene la investidura de poder para vivir y servir (Lucas 11:13; 24: 49; Marcos 1:8; Hechos 1:5; Hch. 1:4- 8; 2:38-39).
Los sacramentos de la Santa Cena
La cena del señor, la cual consiste en el pan y el fruto de la vid, es una expresión de fe en nuestro compartir de la naturaleza divina de nuestro señor Jesucristo (1 Cor. 10:16 – 17), y se impone en todos los creyentes hasta que él venga (1 Cor. 11:16).
La Sanidad Divina
Las Sagradas Escrituras nos presentan la sanidad divina como una provisión de Dios para todos los creyentes (Ex. 15:26; Sal. 103:3). La enfermedad y la muerte son señaladas consecuencias de la caída del hombre (Ro. 5:12; Hch. 10:38). Cristo, al reconciliarnos con Dios, mediante la fe en su sacrificio expiatorio, llevó nuestras enfermedades (Isaías 53:4-5; Mt. 8:16-17). No
obstante, su obra salvífica, en lo que a la sanidad se refiere, se ha cumplido parcialmente, pero tiene además implicaciones escatológicas. Parcialmente, porque, aunque liberados de las enfermedades que son productos del pecado original heredado por todos los hombres, todavía, como resultado de nuestra naturaleza humana caída, padecemos las enfermedades. Llegará el momento en la culminación del plan redentor de Dios para la humanidad en que el
pecado desaparecerá, y en el nuevo mundo de Dios, seremos libres totalmente
de esos sufrimientos.
La unidad del cuerpo de creyentes
Nosotros creemos que somos un solo cuerpo, siendo los miembros uno de otro, y que la base de nuestra comunión o fraternidad es en Cristo en el poder del espíritu (Sal. 133; Rom. 12:3-8; 1 Cor. 12; Efe. 2:13-22; 4:3-6, Col. 3:15).
Santificación
Las Sagradas Escrituras enseñan una vida de santidad “sin la cual nadie vera al Señor” (He. 12:14; 1 Pedro 1:16). Santificación abarca dos ideas: 1) separación del pecado
2) dedicación a Dios y su servicio (1Ts.4:1-7; 2 Ti. 2:21; Efesio 4:24; Col. 3:9). Siempre que una persona o una cosa es separada de las relaciones comunes de la vida para ser dedicada
a usos sagrados, tal persona o cosa ha sido separada o santificada para Dios. La santificación es posicional e instantánea. El creyente es colocado en el estado de santificación instantáneamente por un sencillo acto de fe en Cristo (1 Co. 6:11; He. 10:10-15). Es además práctica y
progresiva. En el proceso de santificación somos transformados gradualmente y vamos creciendo de gloria en gloria (2 Co. 3:18; 2Pedro 3:18, 1 Ts. 3:1). La completa santificación se
alcanzara en nuestro encuentro final con el Señor Jesucristo. La santificación es la voluntad de Dios para todos los creyentes y debe ser diligentemente practicada mediante la obediencia a la
Palabra de Dios (He. 12:14; 1Pedro 1:15-16; 1 Ts. 4: 1).
Los diezmos
Creemos que el diezmo (el 10% de sus ganancias gruesas individuales) es santo a Dios. Creemos que “traer todos los diezmos al alfolí” de la iglesia local y la libertad de ofrendar voluntariamente debe ser practicado continuamente por todos los creyentes y es una expresión exterior del señorío de Cristo en el creyente y de la unidad de la iglesia- el cuerpo de Cristo, ya ha que se une en apoyo de la obra del Señor (Gen. 14:18-20; 28:20-22; Lv. 27:30-32; Pro. 3:9-10; Mal. 3:6-18, Mat. 23:23; 1Cor. 16:1-2; Heb. 6:20, 7:1-10).
La bendita esperanza
Creemos en la resurrección de los que están muertos en Cristo y su trasladación, así como los que estén vivos y permanecemos hasta la venida del Señor, es la inminente y bendita esperanza de la iglesia. Jesús viene otra vez para reunir a todos sus santos en el cielo (Jn. 5:28-29; Rom. 8:23, 1 Cor. 15:51-52, 16:22; 1 Ts. 4:16-17; 2 Ts. 2:1; Tit. 2:13).
El Rapto y la Segunda Venida de Cristo (2do Advenimiento)
Creemos en el levantamiento o arrebatamiento de la Iglesia donde los muertos en Cristo y los creyentes vivos serán transformados y trasladados para encontrarse con Él en el aire (1 Ts. 4:16-17; Ro. 8:23; 1 Co. 15:51-52). Luego de la gran tribulación aquí en la tierra, Cristo descenderá visiblemente con los santos para establecer su Reino Milenial. Esta es su segunda venida.
El juicio final
Aquellos que no aceptaron la obra redentora de Jesucristo sufrirán por una eternidad una completa separación de Dios. Creemos que el que no teme a Dios, el incrédulo, abominable, los asesinos, los fornicarios, los hechiceros, los idólatras, los mentirosos, y todos los que practican el pecado tendrán su parte en el lago de fuego y azufre, que es la segunda muerte (Mat. 24:36-51; 25:46; Rom. 6:23; 2 Ts. 1:5-9; 1 Jn. 3:8; Ap. 19:20; 20:11-15, 21: 8).
Cielo nuevo y tierra nueva
El cielo nuevo y la tierra nueva es la morada final de los justos, la perfecta
heredad que Dios ha preparado para los suyos. La creación de un cielo
nuevo y una tierra nueva ocurrirá luego que Dios haya puesto a todos sus
enemigos debajo de sus pies (Ap. 21).
Una completa prosperidad
(a) Espiritual – Jn 3:3, 11; 2 Cor. 5:17-21; Ro. 10:9-10.
(b) Mental – 2 Tim. 1:7; Ro. 12:2; Isa. 26:3.
(c) Físico – Isa. 53:4,5; Mt. 8:17; 1 Pe. 2:24.
(d) Financiero – 3 Jn. 2; Mal. 3:10-11; Lc. 6:38; 2Co. 9:6-10; Dt. 28:1-14
(e) Social – Pr. 3:4.
El Género El género que uno tiene en el momento del nacimiento es el género designado por Dios para ese individuo. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). “Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados” (Génesis 5:2).